jueves, agosto 10, 2006

— ¡Ahhrg!!—Gritaba el contramaestre Merluzas cuando se acercaba a fregar la borda. Sabía que le quedaban 4 meses más de hacerlo por las noches, tras haber cuestionado la autoridad del malvado Capitán. —Si tan solo no hubiésemos perdido aquella batalla en Tenerife…
— ¡A callar! Si volvéis a quejaros serás arrojado a la merced del Cantábrico. — Gritó Ezequiel, quien azotaba al triste Merluzas cuando no le obedecía.
— Pues prefiero andar por la plancha que seguir con este martirio.
— Pues no lo haréis. ¡A callar! — Al tiempo que decía esto, lo azotaba con ese látigo de piel de gamuza que tanto le dolía.
Sin embargo, al tiempo que sucedía esto, un perico rojo sobrevolaba a estribor.
— ¡Es él! —gritaba Ezequiel, y sonaba la campana en llamado a la tripulación.
Merluzas se asomó y alcanzó a ver una balsa cuyo contenido solo eran botellas de vino vacías, lo que le dejó una gran sonrisa en la cara… Habían regresado a rescatarlo a él, a la tripulación y a la Castellana, el gran navío que salió del puerto de Palos sin intenciones de volver más que con grandes riquezas, mujeres piernudas y mucho jamón.
El malvado capitán Ferdinand Van der Decken salió arrastrando su pata de palo, y vio la balsa vacía. — ¡No les dejéis con vida! — La tripulación se preparo al ataque, cuando un canto proveniente del interior de la Castellana comenzó:
—La virgen María es nuestra protectora, ¡guerra, guerra contra Lucifer! — Repitiéndose una y otra vez. Las voces se hacían cada vez más fuertes y la tripulación empezó a perder la cordura, al grado de que se empezaron a tirar por la borda. La distracción fue suficiente para que Barba-ján bajara a las cloacas y liberara al resto de la verdadera tripulación.
— ¡Que estáis haciendo! —Grito Van der Decken. — Que no sabéis que solo son tres piratas borrachos.
— Eh cabronazo, que no sólo somos tres piratas borrachos, ¡somos el Capitán Bbbockqueronesss y la verdadera tripulación de la Castellana!
— ¡Ahhrg!!— Gritaron Barba-ján y Barba Larga y el resto de la tripulación, mientras mataban infieles, al tanto que Boquerones desenvainaba su espada y amenazaba al malvado capitán.
—Vuestra hora a llegado, Van der Decken. Moveros que el navío es nuestro.
— ¿Cómo os atrevéis a luchar en nombre de la Virgen y de los reyes Católicos? Sois la peor escoria que ha salido de España. Algún día pagareis por ello.
—Pero hoy no, por lo que beberemos más vino que nunca.
— ¡Ahhrg!!—Gritó la tripulación, echando al Cantábrico a golpes de tolete a los últimos infieles que se atrevieron a tripular la Castellana.
—Pues entonces la venganza os llegará algún día, y con ella el fin de sus miserables vidas. Os maldigo a la perdición del Cantábrico. ¡Hasta entonces! — Y Van der Decken se tiró también a la mar.

— ¿Qué querrá decir con “la perdición del Cantábrico”? — Preguntó Joe-joe, el joven inglés.
— Quitate denmedio que te meto una leche que te avío — Contestó Barba Larga, mientras tomaba la bandera de la Castellana y gritaba— ¡Viva Babieca! ¡Vivan los reyes Católicos! ¡Viva la Castellana!
— ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva! — Contestó la tripulación.
— Entonces cuál será nuestro rumbo Iñaki— Preguntó Boquerones a su perico, quien se posaba en su hombro en ese momento.
— A por los tesoros de Ceuta y Melilla, A por los tesoros de Ceuta y Melilla— contestó Iñaki, aleteando alegremente. Boquerones sacó su brújula y tomó el timón, se acomodó su sombrero y comenzó a navegar. Había que rodear la península Ibérica, y aunque por tierra sería más rápido, la ley los perseguiría. Pararían en Oporto para comprar algunos vinos que amenizarían el viaje.


Si bien les iba, para la noche siguiente estarían llegando a la Coruña, pues el día anterior al atraco habían visto el faro de Hércules. Pero no lo fue. La brújula comenzó a desviarse lentamente hasta indicar que estaban viajando en círculos. Los tripulantes se asustaron al ver que no llegaban a la Coruña, y no tardaron en empezar con las preguntas.
—Oiga Capi, ¿no habíamos de llegar a la Coruña hacía 2 días? — Preguntó José Mari Bota-floja, nervioso, mientras servía un potaje a los oficiales.
— ¿Sois un cagaprisas o qué? — Contestó Boquerones — Que he estado esquivando un temporal, y se me ha pasado avisar a todos.
Los demás tripulantes se vieron las caras con descontento, pues hacía buen tiempo. Boquerones se levantó a su camarote, y los oficiales lo siguieron.
—Oiga Capi, pero es imposible que haya un temporal, ha hecho muy buen tiempo. — Observó Barba Larga.
— Me habéis pillao, no quise alertar a todos, pero hay algo que nos esta desviando el curso.
— Pero no es posible, si hemos puesto proa a todo desde que recuperamos la Castellana— Contestó Barba-jan.
—Lo se… Creo que ese Van der Decken nos ha dado mala leche. Sacaremos los remos, llamad al contramaestre, que hoy no habrá reposo hasta llegar a Finisterrae.
— ¡Remad como si fueran a por la última bota de vino en la madre patria! — Gritaba Barba Larga para alentar a los tripulantes.
Siguieron los intentos, pero nunca vieron el faro. La cansada tripulación, después de tres días sin reposo, entendió que ese Van der Decken hablaba en serio. No sabían donde estaban, ni sabían a donde ir. Además casi no había comida. Boquerones decidió que la Castellana viajaría hacía donde la corriente la llevase, y de ahí buscarían una solución.

Cuando le tocaba la guardia de mar al Eugenio Morcillas, en la cual no había más que hacer que servir a la oficialidad, cantar las horas y hacer la descubierta en la cofa del trinquete, avistó tierra. Morcillas sonó la campana en regocijo, y toda la tripulación asomó.
— Si la vista no me ha fallado, eso parece la bahía de la Concha— Comentó Barba Larga. — Esto es tierra Vasca, habrá que ser cautelosos.

Soltaron anclas y mandaron la balsa, donde los oficiales, el capitán y dos pajes, el Pijo y Bota-floja, fueron a escondidas a buscar comida y algo de orientación. En efecto estaban en San Sebastián, lo que admitía que el curso había sido muy desviado.
Al acercarse a tierra, buscaron encallar en una playa poco habitada. Anduvieron unos minutos y encontraron un séquito burgués con una carroza, ante la cual se detuvieron. Los burgueses no parecieron avistarlos, pero una dama si. Esta se acercó a hurtadillas, pues les vio pinta de bucaneros muertos de hambre.
— ¿Quienes sois vos?
Barba-jan, quien no podía desperdiciar una oportunidad, contestó:
—Somos piratas. Navegamos en la Castellana, en la que a ultranza hemos tratado de salir hacia Portugal, pero una maldición nos ha capturado en el Cantábrico. Mi nombre es Barba-jan. —Boquerones y Barba Larga se miraron con expresión de admiración por la actitud tan maja que no caracterizaba a Barba-jan.
— Mi nombre es Carolina, y venimos de Aragón. Es muy cortés para ser un pirata.
— No todos los piratas somos rufianes.
— Al grano Barba-jan, — interrumpió Boquerones, — Necesitamos conseguir comida, mas sin embargo no queremos meternos en tierras Vascas. Os podrá indicar donde y le daremos algunas joyas de las indias.
— No quiero joyas, pues la actitud de este caballero es suficiente. Hay una alhóndiga a pocos metros de aquí, os llevaré mientras mi séquito reposa.
Siguieron a Carolina y en pocos minutos llegaron. Los pajes llenaron sacos con jamones, barriles de cerveza, botas de vino, y otros alimentos, y emprendieron el regreso.
— En nombre de la Castellana, muchas gracias. Algún día la corona se lo agradecerá. — Dijo Barba-Jan. — Si ese Van der Decken no nos hubiera maldecido, nuestros destinos nunca se hubiesen cruzado.
— ¿Van der Decken? — Preguntó Carolina— Pero ese tío ha azotado las costas durante los últimos días, en un barco fantasma.
— Pero si nosotros lo hemos visto tirarse a la mar, y le dimos muerte a la mayoría de su tripulación, — afirmo Barba Larga.
—Pues parece que no lo fue. Tened cuidado. Creo que merece la pena que naveguen hacia Santander y busquen a Don Mariano el marino, él fue un gran navegante, y puede serles de gran ayuda.
—Gracias chula, que nadie más nos trata bien en estos lares — dijo Boquerones.
—Coged la balsa que ahora vuelvo. — Barba-jan se despidió de Carolina y le agradeció una vez más, y prometió que algún día le iría a visitar a Zaragoza. Fue a nado hacia la embarcación y subió por una estacha con la que le izaban hasta la cubierta.
La tripulación los recibió con alegría al verles con los sacos llenos. A Barba-jan se le veía más alegre, y sus amigos Barba Larga y Boquerones se le acercaron.
— Tío, que no te he visto así desde que los tres cortejábamos a la esa de la familia real.
— Cierto Capi, pero con ninguno había de funcionar aquella.
— Pues conmigo salio hasta a cenar, — decía Barba Larga, — aunque solo fue para sacarme tabaco.
Y los tres rieron. Parecía que todo era mejor, pero a todos les acechaba algo. Si Van der Decken viajaba en un barco fantasma, podría atacarles en cualquier momento, por lo que debían estar preparados. No se alejaron de la costa para estar seguros de ir hacia Santander, aunque viajaban a paso lento.
A los dos días Merluzas le contaba a la tripulación haber visto un barco seguirlos y desaparecer en la niebla.
— Oficiales, tirad al contramaestre Merluzas por la borda, que se me hace que es marica, — gritaba Boquerones para distraer a la tripulación. Todos rieron, hasta Merluzas. Pero el capitán sabía que esas historias de fantasmas eran bastante probables dada su situación. Sin embargo, Iñaki comenzó a gritar “tierra a la vista”, lo cual significaría que habían llegado a Santander.
Muchos barcos navegaban la zona, y uno se les emparejó, de donde oyeron un grito.
— ¿Quién va?
— Navío español. La Castellana. —Gritaba Barba-jan.
— ¿Y por que lleváis velas negras?
— Pues… porque andamos de luto.
— Ah, pues a Don Mariano no le engañan. Decidme que hacéis aquí o le avisaré a los militares.
Boquerones se asomó y vio a un señor mayor preparando una pistola. No parecía venir acompañado, pero se veía decidido a disparar.
— Venimos a buscarlo. Nos han maldecido bajo la perdición del Cantábrico.
— Ah, ese Van der Decken, pues en que lío les ha metido eh. Pues eso se resuelve fácil. Hay que hacer las cosas bien.
— ¿Y cómo es cuando están bien? — pregunto Barba-jan.
— ¡Pues como yo las hago! Aguarden, que he de anclar este jabeque antes de acompañarles. Tenéis suerte de que me habéis pillao aventurero el día de hoy.
Toda la tripulación se miró sorprendida. El marino se columpió a la Castellana y comenzó a dar órdenes.
— Fijaos, que en el mar no hay más saber que la maniobra de velas, cómo capear un temporal y cómo encomendarse al Señor, a San Telmo y la Santísima Virgen cuando las cosas van mal dadas...siempre se ha dicho "quien quiera aprender a orar, que venga a la Mar".
— ¿Entonces usted nos sacara del Cantábrico? — preguntó Merluzas.
— No, es hora de pillar a Van der Decken, a ver si efectivamente estos tienen rabo.

Después de navegar sin rumbo algunas horas, al llegar a un punto que la niebla era tan densa como en aquellos inviernos de Ávila, Don Mariano soltó por fin el timonel.
— Es aquí. Tirad algún tesoro a la mar.
La tripulación completa lo volteó a ver con incertidumbre. Boquerones se acercó a Mariano.
— ¿Y para qué queréis eso?
— Pues para atraer a Van der Decken, por supuesto. Vendrá como un pez al anzuelo, y ahí lo atacaremos.
La tripulación se enfado y pronto comenzaron los abucheos.
— ¿Pero que esta uste loco?
— Viejo demente.
— Váyase Don Mariano, váyase.
Don Mariano tomo un pendiente que colgaba del Pijo y lo arrojó. El Pijo se le iba a lanzar, pero la mirada del marino lo asustó.
Menudo follón que se armó, empujones, y una que otra faltada, hasta que se escuchó un cuerno sonar.
— ¡Es un barco fantasma! ¡Es un barco fantasma! — Gritó Iñaki. Todos voltearon y en efecto, un barco se aproximaba entre la niebla.
Don Mariano sonrió un poco, y la tripulación no sabía que hacer. Boquerones tomó la iniciativa y cargó su pistola, se acabó el vino de una bota y se la echó a los oficiales. Estos, al recibirla, comenzaron a dar órdenes:
— Cargad los cañones — decía uno.
— Como si la muerte viniese, hombre — decía el otro.
— ¡Joder! — decían todos.
Boquerones se acercó a Don Mariano.
— ¿Y cómo les matamos?
— Pues quitando la maldición.
— ¿Y cómo se quita?
— Coño, pues no se…
El barco fantasma se acercó. La castellana preparó sus cañones. Estaban tan cerca que ya compartían el olor y acre sabor de la pólvora que tanto gusta al moro. Van der Decken estaba ahí parado, con el traidor de Ezequiel junto, quien sonaba el cuerno y se alistaba a dar la orden de ataque.
El miedo era tal que los tripulantes comenzaron a cantar su himno con voces temblorosas. El barco fantasma se veía más concreto ahora, y la amenaza cada vez era más real.
— ¡Disparad los cañones!
La batalla comenzó. Se batieron con la artillería, causando grandes destrozos.
Final proximamente... Comenta como terminarias tu la historia, o tus teorías de cómo quitar la maldición...

4 comentarios:

Alex dijo...

A touch of whisky should do the trick.... jejeje... after writting this shit, you must have a big ass hang-over dude!!!

jesus, you're insane!

cheers!

Anónimo dijo...

Alfonso, eres un enfermo demente pero UNO DE LOS DEMENTES MAS FIELES A LA MADRE PATRIA QUE RONDAN AÚN LA FAZ DE LA TIERRA!!! LOADO SEA EL ALTÍSIMO, JODER!!
LO MAS IMPORTANTE DE LA VIDA... ES SER ESPAÑOL!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

Y es evidente que la maldición solamente se quita a base de vino y acero.

Anónimo dijo...

esta muy chido!!! yo de final le pondria algo estupido en medio de la ebriedad como bailar flamenco o algo q sea realmente cagado para quitar una maldicion. me late mucho tu blog!!!