viernes, noviembre 07, 2008

Por si todavía alguien entra...

... o si Marvel se apaña esto y no da crédito (pues ya se accedió a renunciar a los derechos de autor y así), con ustedes un personaje que podría llegar a las páginas del universo Marvel, si gana el concurso:

Memorama


Creado por el mismisimo Sr. Cuatrojos. Si Marvel no se la queda, podrán esperar su aparición en el Volúmen IV (si, ya no son 3, son 4 volúmenes de Cuatrojos).

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viernes, septiembre 05, 2008

Información previa

Listo!

Para ustedes, por fin, el Volúmen I de Cuatrojos. El primero de tres volúmenes, donde verán aspectos distintos de la visión personal del escritor de lo que pasaría si empezaran los vigilantes enmascarados en la Ciudad de México, ahora que el tema de las sobremesas es la inseguridad y los secuestros. El primer volúmen principalmente es el inicio, el nacimiento de esta nueva era. El segundo volúmen se espera para Noviembre posiblemente, pero en medio hay algunas historias que contar...

También se especificará que los personajes si están basados en varias personas reales, más son mezclas de características de varios individuos (no se ofenda si algún villano es/se llama como usted, no quiere decir (en algunos casos) que los odie el escritor.)

Cualquier duda, queja o aclaración, para eso estan los comments.

NOTA: El artwork irá apareciendo durante la semana...

Volúmen I



2 de julio, 2006. México enloquece por unas elecciones. El país está dividido, como todos, en una disque-izquierda y una disque-derecha. Mientras cuentan los votos y Calderón y el Peje se gritan en televisión, pasa lo que nadie esperaba.

— Se cayó el sistema — dicen Televisa y TV Azteca. Y cuando regresa, una gran sorpresa. El candidato del PNR, Benito Hidalgo, toma la delantera. Gana por una ventaja del 5%, dejando en segundo lugar empatados a los otros dos.
—¿Pero yo no conozco a nadie que haya votado por él? — Dicen la mayoría.

1º de Diciembre. Vicente Fox hace entrega de la banda presidencial a Hidalgo. Por alguna extraña razón, aunque nadie lo quiere, nadie hace nada. Los que criticaban el suceso poco a poco empezaron a callarse. O a desaparecer. El Peje le echa la culpa a los que votaron por Calderón, no a los que votaron por Hidalgo. Solo el padrecito de la tele se mete con ellos, sutilmente…

Al mismo tiempo entra como jefe de Gobierno el Señor Gómez. También del PNR. Y al mismo tiempo, la ciudad de México se empieza a desbaratar. Secuestros, asaltos, asesinatos, cada vez más…



No se si fue el tráfico, las luces de la madrugada, los tacos de canasta o la contaminación, que me dieron ese poder. O si solo fue suerte…



No pensé que fuera a salir tan tarde de mi examen de Historia del Arte. Corrí por los pasillos de la Universidad. Iba tarde para revisar mi calificación. El Dr. Flandés era un ser repudiable, odioso, sangrón, que sin duda se iría sin esperar a que llegara. Choqué con algunas personas. Recibí algunos insultos.
—¡Quítate, pinche cuatrojos!
Ya estaba acostumbrado. Pude haberle dicho algo, pero no quería problemas. Además no tenía tiempo. Tenía que llegar.

Y como era de esperarse, no llegué. La lista de calificaciones de Física estaba pegada en la puerta. Y en mi nombre aparecía la nota en rojo. Volteé y el Dr. Flandés caminaba hacia el elevador. Corrí a alcanzarlo.

— ¡Profesor!
— Llegas tarde. Ya fue la revisión.
— P-p-por favor.
Se compadeció un poco de mi y buscó mi examen mientras esperábamos el elevador. En efecto, había reprobado, pero por unas décimas. Tenía algunos de los problemas que no estaban tan mal, pero parecía que había forzado la calificación a no pasar. Sobretodo el problema que hablaba de las leyes de Newton. El elevador se abrió en la planta baja.
— Pro…profesor, creo que este problema no está, este, mmm… ¿tan peor?
— Estas todo el semestre sentado hasta atrás. Sin hablar con nadie. Sin esforzarte. ¿Crees que mereces pasar?
Nunca había sentido tanto enojo contra un maestro. Esperaba cualquier pretexto, pero ninguno incluía tirarme de pendejo.
—Nunca conocerás el reconocimiento. No vas a ser nadie en la vida… Si me disculpas, tengo cosas más importantes que hacer. — Entró al laboratorio donde estaban los tanques de Nitrógeno, y siguió con su trabajo.

Estaba furioso. Tenía que repetir la materia. Y eso probablemente sería catastrófico, ya que un día antes mi papá había perdido su trabajo de la manera más injusta, por “nuevas políticas del Gobierno del Distrito Federal”, en las cuales ya no era necesario el desarrollo de Tecnologías de Información. Nadie sabía de donde sacaba el apoyo el tal Gómez y el tal Hidalgo para ser jefe de gobierno y presidente respectivamente. Nadie confiaba en sus fuentes. Pero nadie hablaba. Abrimos la puerta de la corrupción al dejar que ganaran. Apenas una semana de gobierno y ya sentíamos como nos íbamos hundiendo en mierda.

Tendría tal vez que conseguir un trabajo o una beca para continuar estudiando. Se acercaba una triste Navidad, de, seguramente, el peor año de mi vida. Mi mala suerte estaba para quedarse.

Llegué a mi coche e intenté encenderlo, pero con las prisas de la mañana había dejado las luces prendidas, y no tenía batería. La gente pasaba desapercibida mientras empujaba sólo el coche para tratar de arrancarlo en segunda. Después de varios intentos lo logré, aunque por alguna razón el radio ya no prendió. Si existía algo, o alguien todopoderoso, definitivamente me odiaba. Y todavía faltaba ir por las medicinas del perro.

Mientras esperaba en el tráfico, aburrido por la ausencia del radio, hablé con mi madre para darle la noticia. Mi crédito se gastaba mientras escuchaba regaños. El periférico seguía sin moverse. Sabía que mi madre rezaría varios rosarios para mejorar nuestra situación mientras mi padre se las arreglaba para conseguir algún trabajo. De haber podido hubiera prendido el radio para enterarme de cuantas otras estupideces más hacía el gobierno de Hidalgo. Tenía un comic de Spider-Man en el coche, el último que había salido a la venta antes de la prohibición de “material literario sin fines educativos, que pueden dar ideas criminales a nuestros jóvenes”. Intenté hojearlo, pero un pesero se me cerró y me mentó la madre. El pesero, que además estaba en carriles centrales ilegalmente, y se estaba metiendo brincándose el camellón. Preferí poner más atención al camino. Prendí un cigarro y esperé.

Mi ruta hasta la del Valle había sido en vano. Cuando llegué a la veterinaria, no tenían las pastillas. Hicieron algunas llamadas y que solo las tenían en Isabel la Católica. Era tan sencillo como que tenía que tomar Eugenia y subir al segundo piso, pero la ciudad estaba más caótica que de costumbre. El tráfico me impidió varias veces entrar. Intenté cambiarme de carril, pero un claxon me detuvo.
— ¡Pinche ciego!
Me tuve que meter en callecitas, dar mil vueltas entre Gabriel Mancera y Amores, hasta que, por fin, pude dar vuelta. Casi llegando al segundo piso habían patrullas afuera de comercios, parando gente aleatoriamente y revisando coches. Tras escuchar un golpe en mi cajuela volteé y estaban aporreando a una persona. Mejor pisé el acelerador.

Si mi radio hubiera servido, tal vez hubiera escuchado que no debía acercarme a Avenida Cuauhtémoc, aunque hubieran dicho que por un incendio o alguna situación absurda. Pero mi radio no servía. Tenía que comprar medicinas para el perro. Por lo menos algo tenía que hacer bien ese día. No noté que cada vez había menos tráfico, y más patrullas. Prendí otro cigarro.

Por mi mente solo pasaba Flandés diciendo que no sería nadie. ¿Qué tan cierto era? No era tan bueno como esperaba en mi carrera. Mis únicos amigos cada vez eran más lejanos, empezando porque ya no vivían en la ciudad. No era bueno en nada. Nunca había tenido novia. Cada vez tenía menos que perder.

Al ver el paso cerrado opté por estacionarme y llegar caminando. La calle estaba extrañamente vacía. De repente salieron de una casa varios sujetos cargando cajas y subiéndolas a una camioneta. Llegó otra camioneta, de donde bajaron jalando a una adolescente amordazada. Y yo, por más miopía que padecía, podía notar claramente que la tenían secuestrada.
—¡Qué es esto! — Grito un hombre con gabardina y sombrero que salía de la casa.
— La casa no estaba vacía. La trajimos a usted. Podríamos pedir recompensa.
— ¡Carajo! Vamos a volar un pinche centro comercial y me traen a una pendeja chamaquita para pedir recompensa. ¡No me jodas!

Era más que evidente que tenía que salir de ahí. Pero algo impedía que corriera de regreso a mi coche.

— ¿Entonces que hacemos con ella?
— Que se yo, mátala, chíngatela, yo que se... —Se acercaron varios sujetos corpulentos a él y le secretearon algo. — Ya nos vamos. —El de la gabardina entró en la camioneta. La niña lloraba. — Cuando regrese más te pinche vale haberla despachado.

Abordaron varias camionetas y arrancaron. Fue casualidad, o milagro, que no me hayan visto. Los tres que se quedaron discutían que hacer mientras la niña lloraba.
—Niñita tonta, ¡no sabes lo que es llorar hasta que me ruegues por que te mate! —Decía uno de ellos. —Déjenmela primero. Quiero darle “sus besos”.
—Ni madres, voy yo primero. —Aventó a la niña al piso y discutió con los otros.

Dejaron de ponerle atención a la niña. Sus manos y pies estaban amarrados.

Y las palabras de Flandés regresaron a mi mente. No vas a ser nadie en la vida. No vas a ser nadie. No. No iba a ser nadie en la vida. No hasta ese momento. Empecé a sentir la creciente necesidad de hacer algo. De no dejarla ahí nada más. Empecé a temblar. Tenía la oportunidad de sacarla de ahí, si tenía mucha suerte. Yo nunca tenía suerte. Pero eso no me detuvo.

Me acerqué poco a poco. Seguían discutiendo. La niña notó mi presencia. Se veía de unos 14 o 15 años. Tenía los ojos verdes. Levante mi dedo frente a mi boca indicándole que no hablara y que la iba a sacar de ahí. Necesitaba algo para cortar el mecahilo que ataba sus pies. Tenía muy poco tiempo. Mis llaves no sirvieron. Los días anteriores había considerado dejar de fumar, y ese día agradecí no haberlo hecho. Saqué mi encendedor y con eso pude cortarlo. Pero los captores escucharon ruidos. Voltearon y la niña ya no estaba.

Corríamos por Isabel la Católica. Cuando empezaron los disparos, nos lanzamos detrás de un coche. Mis lentes se cayeron.
—No vi que tenían pistolas.
—¿Qué hacemos?
—Necesito mis lentes.
—¿No ves nada?
—No para salir de aquí… Métete abajo del coche. No te muevas.


Los lentes estaban a pocos metros, pero era muy probable que me pudieran ver desde ahí. Me acerqué cuidadosamente.
—¡Ahí está!
Me los puse, corrí, y vi nuestra salida.
—¡Aquí!

Los captores dejaron de disparar.
— ¿A donde se fueron?
Empezaron a sonar sirenas.
— ¡Puta madre!
— Mierda, vamonos. Y no le digan a Sangriento.

Empujé con todas mis fuerzas para abrir la coladera. Estaba asqueroso ahí dentro, pero nos había salvado la vida. Algunas patrullas pasaban por las calles aledañas.
—Vamonos. Mi coche esta a unas cuadras.

Con cuidado caminamos hacia Viaducto, donde por lo menos habría más gente y era menos probable que nos hicieran algo. Decenas de patrullas y ambulancias pasaban por ahí. Tratamos de pasar desapercibidos, pero una patrulla se detuvo. Solo un oficial se encontraba en ella. Acordamos no decir nada de lo sucedido.
—Muchachos, ¿que no escuchan las noticias? Regresen a sus casas de inmediato, hay toque de queda. — Sabía que no debía confiar en los policías. Pero este en particular, me dio buena espina. Sobretodo por que no nos había asaltado al primer momento.
—Es…es que no somos de por aquí. ¿Q-qué pasó?
—Según los noticieros, un corto circuito en el centro comercial Parque Delta, que causó una gran explosión. Pero yo no lo creo. Deben salir de aquí.
—Mi coche está a unas cuadras.
—Yo los acerco.
Nos subimos a la patrulla. En un par de minutos silenciosos estábamos ahí.
—Gracias oficial.
—Por nada. Este es el trabajo que debería hacer, y no seguir las ordenes de corruptos.
—¿Cuál es su nombre?
Sacó una tarjeta de la guantera.
—Soy el Oficial Romero.
—Muchas gracias oficial.

—¿Crees que se haya dado cuenta?
—No se. Pero es mejor así. Creo que sería más peligroso para ti y para tu familia que los denunciáramos.
—Si. Debería haber alguien que no lo permitiera. Alguien que se dedicara a hacer lo correcto. Alguien que, pase lo que pase y digan lo que digan, no deje de luchar por la justicia y el bien.
Yo pensaba lo mismo…
—Alguien como tú. Un cuatrojos que nos devolviera la esperanza.

Y no hablamos más. La llevé a su casa. Ella no diría nada sobre lo que pasó, ni sobre mí. Ni siquiera supe su nombre. Solo me dio las gracias y un beso en el cachete. Sonreí por primera vez en mucho tiempo.


Llegue a mi casa. Mis padres estaban muy asustados de que no regresaba. Les dije que estuve horas en el tráfico y al enterarme del incendio había decidido regresarme. Las medicinas del perro podían esperar algunos días.

En efecto, ni López Dóriga ni Alatorre dijeron algo relevante; un incendio y que no se acerquen. Pero había un medio de comunicación que era muy difícil de detener.

Tras una búsqueda de horas en google, de checar miles de mails diciendo que tenga cuidado con la Coca Light, que me van a secuestrar en Perisur y que hacer cuando te llamen a extorsionarte, encontré algo interesante.

Losjusticieros2006.blogspot.com

Un blog bajo el nombre del Justiciero contaba la versión de que, en efecto, había sido un ataque terrorista. Un grupo que había apoyado económicamente a la campaña del Presidente Hidalgo y el jefe de gobierno Gómez, por lo que eran impunes… Y recordé al sujeto de la gabardina hablando de “volar un centro comercial”. Era más que claro.

¿Pero que podía yo hacer al respecto? Ese día mi suerte había salvado la vida de una persona. ¿Y si pudiera concentrar esa suerte en salvar más? ¿En salvar a la ciudad? Como ella había dicho, devolver la esperanza: un Cuatrojos que devolviera la esperanza.


No podía dormir de pensarlo. Sonaba increíble la idea de volverme un “superhéroe”, pero solo había una forma de estar seguro de que podía hacerlo. Necesitaba volverlo a hacer, pero más pensado, con más claridad, y así comprobarlo. Necesitaba saber que me sería útil, si debía diseñar “gadgets”, cosas así. No sabía si salir a la calle y simplemente esperar a que viera algo, cosa que en la Ciudad de México no sería muy tardado. Pero mis padres me ahorraron tiempo.

El lunes siguiente habían estado fuera todo el día. Cuando regresaron, me contaron que les habían robado las placas del coche, y que para hacer el trámite de alta y baja había sido un caos. Un corrupto de nombre Isaías Dávila los había hecho esperar cuatro horas, ir al banco varias veces, sacar cientos de copias innecesarias, y además, exigido mordida, aplicando el “uy, es que ya vamos a cerrar, pero pus hay si se copera pal chesco pues igual se las liberamos hoy”.

Tome algunas cosas que encontré en mi cuarto. Un intento de antifaz, botas de plástico, guantes sin dedos, encendedor, ropa que vi resistente. Me hice de una nueva identidad.

Estaba cayendo la noche. Los empleados de la oficina de tránsito de Contreras salieron. El tal Isaías hablaba por celular, mientras trataba de manosear a otra trabajadora. Le respiraba al oído y bajaba la mano por su cintura. Ella trataba de quitárselo, hasta que se escuchó un ruido y la muchacha aprovechó para alejarse. Isaías se alejó hacia su automóvil, un Matiz del año. Verde, espantoso. Escupió. Y sacó un fajo de billetes, que contaba con gozo.
— ¿Nada como dinero honesto?
El corrupto brincó del susto y volteó a buscar de donde salía aquella voz. Aterricé sobre el techo de su coche.
— ¿Este también lo pagaste con ese dinero, verdad? Espero no haberlo rallado, sería una pena.
—¡Que chingados haces cabrón! —Podría pagar para volver a ver la cara del pobre Isaías.
— Nada. Simplemente tengo un problema con la gente corrupta.
—¿Corrupta?
—Si. ¿Te suena? —Lo agarré de la camisa y lo empujé contra la pared. —Vine a asegurarme que en tu puta vida vuelvas a abusar de tu trabajo.
—¿Y…y que m-me vas a hacer, güerito?

Se escuchó una sirena acercarse.
— ¡Auxilio!

Los policías se bajaron para encontrar al tal Isaías amarrado al poste y llorando, pidiendo misericordia.
— No lo volveré a hacer Cuatrojos. Lo juro. Lo juro.



Pasaron algunas semanas. Había habido ataques en Pabellón Polanco, Centro Santa Fe y Galerias Coapa.

El Cuatrojos había detenido varios asaltos y a varios corruptos. También les aventaba piedras a los coches que se saltaban camellones. Eso era lo más divertido. ¿Mi poder? Solo suerte. Demasiada suerte… No sabía cuanto más podría durar. Poco a poco durante las vacaciones decembrinas aproveché para ir diseñando las herramientas necesarias. Estaba a años luz de tecnología (y conocimientos) de tener todo lo que necesitaba. Pero poco a poco. El traje fue lo primero.

Mucho de lo que usé para detener al corrupto de las placas terminó por convencerme. Cada noche probaba algo nuevo. Por lo pronto, las botas de jardinero, que eventualmente pinté de naranja, para mayor discreción, me servían muy bien todo terreno, o para charcos y coladeras. El antifaz, que fui perfeccionando, principalmente servía para detener mis lentes, y de paso, esconder mi identidad. Unos guantes sin dedos, para “trabajo rudo pero con precisión”. Y el símbolo. Una “abstracción” de lentes en el pecho de mi playera café. Mezclilla café, cinturón, un encendedor… Un día probé usar una capa, que se atoraba con mis pies cuando trataba de moverme. No la volví a usar.

En el día era un tímido estudiante, flacucho, que la gente trataba como basura y que se sentaba hasta atrás a dibujar superhéroes. En la noche, me volvía un despiadado vigilante. Me volvía fuerte, seguro de mi mismo. Usaba el coraje de los que me molestaban y me convertía en ellos. En el día apenas hablaba y tartamudeaba. En la noche, mi voz asustaba a los malhechores, y mi sarcasmo lo hacía más divertido. Era todo lo que no era. O tal vez era lo que era realmente, y no había querido dejar salir. Tenía mucha suerte. Muuucha suerte.

Claro, sabía que no debía confiar solo en ella. Aquel 8 de diciembre que todo comenzó, había fumado por última vez. Cuando podía hacía ejercicio, para recuperar condición física. Mi miedo a las alturas volvió mi trabajo sorprendentemente divertido. Dejaba que el miedo se apoderaba de mí, mientras caminaba por azoteas.



Para febrero, todo pintaba bien. Era un miércoles. Entré al Justiciero, y me sorprendió lo que leí.

Cuatrojos: si de casualidad das con este sitio, es urgente que te pongas en contacto conmigo.
El Webmaster

Busqué la información de contacto de la página y le escribí. No tardó ni 2 minutos en contestar.

Quiero confiar en que eres el verdadero Cuatrojos. Tras intervenir a un par de servidores di con la información de que el grupo terrorista responsable de las explosiones en los centros comerciales sigue las órdenes de un tal “Sangriento”, y hoy pretenden atacar Perisur, en punto de las 4 pm. TU puedes hacer algo.

Sangriento. Había escuchado ese nombre antes. “Sangriento no debe saber esto”, dijeron los secuestradores aquel 8 de diciembre. Era el sujeto de la gabardina. No recordaba haber visto su cara, solo recordaba su voz. Pero como fuera, si pensaba hacer algo al respecto, tenía menos de dos horas. Lo único que necesitaba, era mucha más suerte de la normal.

¿Más suerte de lo normal? Confiaba en que era posible. Pero me estaba metiendo con el diablo. Lo único que se me ocurrió fue tomarme una cafiaspirina con Coca Cola. Digo, si servía con los exámenes finales, a lo mejor podía ayudar.

A las 4 de la tarde explotaron las primeras bombas, y se escucharon los primeros balazos. La gente corrió despavorida, tratando de salir de Perisur. El elevador explotó. Había cientos de heridos. Reinaba el caos.
Un hombre caminaba disparando al aire. El Sangriento.
— El que se mueva, se muere.
La gente que no pudo salir se quedó en el suelo, inmóvil. Alrededor de 20 sujetos con máscaras de luchadores entraron a los bancos y tiendas a vaciarlos. La policía no quería hacer nada al respecto, pues “temen que haya más víctimas”. O eso dijeron.

Pero se distrajo cuando cayó una banca desde el segundo piso, muy cerca de él. Cuando volteo, lo ataqué.
— ¡Huyan!
La gente corrió hacia las salidas. El Sangriento trató de recuperar su pistola, pero alcancé justo a patearla. Entonces me volteó a ver.

Traía una máscara negra, con una sonrisa gigante roja… Era algo entre V for Vendetta y el guasón, pero éste no tenía ojos. El miedo se empezó a apoderar de mi. Hasta que me golpeó y reaccioné.

Compartimos algunos golpes, hasta que el Sangriento cayó en el suelo. No era tan fuerte, pero no temía lastimarme. En ese momento los demás enmascarados llegaron a asistir a su líder, y me tuve que lanzar a una tienda a cubrirme de las balas. Aunque ya casi no había rehenes, la policía seguía sin entrar.
— Sangriento, tenemos que largarnos.
— Adelántense. Dejen mato a este cabrón.

El Sangriento tomó varias armas y se dirigió a donde me escondía. Empezó a disparar. Podía ver con detalle su máscara. Traía la antes vista gabardina y sombrero. No medía más de 1.60, pero eso no lo hacía menos temible.
— ¡Sal de ahí hijo de tu chingada madre! ¡Nadie se atreve a tocarme!
Algo en su voz me daba escalofríos. Tenía que salir de ahí.

Corrí, cargando una mesa de metal donde rebotaban las balas, y me aventé detrás de otra pared.
Sangriento cambió de arma y caminó sigilosamente. Apuntó a donde me había lanzado.
La policía finalmente entró. Sangriento maldijo, tiró el arma y se fue.

Estuve demasiado cerca. Tenía varias heridas, vidrios encajados. Sentí el aire de las balas que pasaron cerca de mí. Además, el hombre más temido de la ciudad me había visto. No sabía si alguien me seguía. Estaba temblando. Apenas podía respirar. ¡Que pendejo! No podía ir a mi casa. No podía dar ninguna pista de quien era. Era mucho más el conflicto y el peligro de lo que lees en los comics o ves en las películas. Yo no era un superhéroe, ni mucho menos. Solo era un cuatrojos.

Ya se escuchaba en las calles hablar de un vigilante enmascarado. Algunos decían que tenía superpoderes, manipulación mental y vista de rayos X. Otros que era un criminal más. El evento salió en las noticias como un asalto a manos de enmascarados, que según retratos hablados, Cuatrojos era el asaltante.

El padrecito de la tele salió diciendo que no necesitábamos más seres enmascarados, que solo dejaríamos todo peor. Que era la voluntad de Dios lo que debíamos esperar que limpiara nuestras calles. Mi madre lo apoyaba con devoción, y mi padre a mi madre. Yo quería opinar, pero es una discusión a la cual no podía entrar con detalle. Ni siquiera yo estaba seguro en ese momento de lo que hacía. El padrecito me había hecho enemigos hasta a mis propios padres, y yo los estaba poniendo en peligro. No podía seguir.




Lo estuve pensando mucho. Por lo pronto dejé de hacerlo. Por más que había probado realmente lo que era el peligro, había un cierto sabor a satisfacción que no se me quitaba de la boca. Si hubiera estado conciente de lo que desperté en algunas personas aquel día, no hubiera sido una decisión tan complicada. El ron me ayudaba a pensarlo… y a sufrirlo.

Recibí varios mails del Webmaster queriéndome conocer. Quería ayudarme. Traté de darle a entender que no estaba seguro de lo que hacía. Pero siguió insistiendo. No me quedó de otra que aceptar.

Nos quedamos de ver en un lugar muy extraño. Este tal Webmaster, por alguna razón, manejaba las llaves de una casa abandonada en San Jerónimo. Era como un bunker.

Llegué uniformado, por precaución. Él estaba ya ahí. Era un poco más alto que yo, pero se veía de mi edad.
—¿Señor Cuatrojos?
—Señor Webmaster supongo. ¿Que es este lugar?
—Es lo que, si acepta, podría convertirse en nuestra guarida. Podríamos trabajar en equipo para las misiones.
—¿Trabajar en equipo? ¿Osea ambos, echándonos porras, o trabajar en cosas?
El Webmaster se me quedó viendo con cara de frustración. Seguramente pensó que yo era alguien mayor, más mamado, o cuando menos más maduro. Yo casi me rió de la situación.
—Creo que esto no fue buena idea.
—Señor Cuatrojos, no se lo que usted piense sobre lo que está haciendo, pero es algo mucho más grande de lo que piensa…
—Puedes no hablarme de usted.
—Ehm…Si. —Se detuvo y prendió un cigarro, que se me antojó un poco. —Has hecho mucho más de lo que te imaginas. La gente veía todo perdido. No se si te enteraste del ataque de ayer en Antara. Fueron docenas de muertos. Y en Perisur solo heridos y pérdidas materiales.
No había escuchado de lo de Antara. Tal vez no me quiso avisar, para que entendiera. Tal vez pude haber hecho algo.
—Mire…a. Mira, tenemos mucha información sobre el criminal más temido de la ciudad, sabemos como opera, y conoces su apariencia…—No la conocía realmente, solo había visto su máscara. Esa horrible máscara. Y cuando me acordé, los ojos verdes de la niña regresaron a mi mente. ¿Cuantas niñas más habrán sido? ¿Cuánta gente más moriría en esta guerra? Tenía que detenerlo. Y recordé algo que nos sería útil.
—Y se donde está su base de operaciones…
El Webmaster se quedó con la boca abierta, literal. Los prejuicios que había creado sobre mi en los últimos minutos se habían borrado por completo. Le conté mi historia en Isabel la Católica el 8 de Diciembre, y quedó apantallado.

Descubrimos que entre los dos teníamos suficiente información como para exponer a Sangriento. Pero con la corrupción y el nuevo gobierno, sería mucho más difícil. Teníamos que idear un plan.
—Necesitamos infiltrarnos en algún lado, o conseguir que alguien nos de información.
—¿Alguien como qué? ¿Un espía?
—No. Me encantaría decir que algún policía con más rango, pero dudo exista alguno que no trabaje para Sangriento.
—Mmm… Creo que no te conté una parte de la historia.


Salía de la escuela directo a nuestra “guarida”. El Webmaster quería llamarla algo así como “el Salón de los Justicieros”, que se me hacía bastante ridículo, pensando en que algún día seríamos muchos y seríamos los Justicieros. Si llegábamos a ser un equipo, definitivamente NO se llamaría los Justicieros, principalmente porque sonaba como a que Superman era parte del equipo, y odio a Superman. Me gustaba más algo como los Desertores. Pero de eso no hablaríamos hasta medio año después. Por lo pronto, su apodo temporal sería la Baticueva.

La Baticueva era nuestro santuario. No habían muchas cosas, una hielera con Coca-colas, varias cajas de cafiaspirinas, dibujos de trajes y “gadgets” que a futuro pensabamos desarrollar, un pizarrón con los datos importantes, y una computadora.

Descubrí que tenía muchas cosas en común con Webmaster. Decidí que si pretendía confiar en él, debía dejarlo verme sin antifaz, aunque preferimos no saber nuestros nombres verdaderos. Creo que él era más raro que yo, lo cual es decir mucho. Pero tenía un gran corazón, y muchas ganas de hacer lo correcto. Poco a poco fue bajando su guardia conmigo, al grado de ya reírse de vez en cuando.

Por más que Webmaster había conseguido “intervenir” uno que otro servidor y había descifrado como se referían a los ataques, no habíamos conseguido más que lo siguiente:
El próximo ataque sería el domingo 11 de marzo en Pabellón Altavista, en punto de las 6 pm. Teníamos menos de una semana para prepararnos.

La primera parte del plan sería contactar al Oficial Romero. Saqué su tarjeta y marqué los ocho dígitos.
—Bueno.
—Si, el Oficial Romero.
—¿De parte?
—De alguien que también busca hacer lo correcto.
El oficial se quedó pensando.
—No se de que me está hablando.
—Se que usted es un buen policía. Uno de los pocos. Si quiere ayudarnos a hacer algo por nuestra ciudad, llegue mañana a las 11 de la noche a la Glorieta de Insurgentes.
—¿Cómo se que no me va a asaltar?
—Puede ir armado, si gusta. Confíe en nosotros.

El Oficial Romero llegó puntual al lugar. Lo reconocí de inmediato, pero no él a mí, pues usaba el antifaz.
—¿Quienes son ustedes? — Webmaster también traía una máscara. Seguro pensaba era un chiste.
—No le revelaremos por propia seguridad nuestros verdaderos nombres, pero puede llamarme Webmaster. El es Cuatrojos.
—Cuatrojos. Entonces ustedes son los retrasados que pretenden eliminar el crimen de la ciudad.
—Esos mismos…— Yo lo tomé más a la ligera, pero Webmaster no se veía tan contento.
—Mire, tenemos información relevante sobre Sangriento y su grupo terrorista. Hemos conseguido información de fuentes confiables que el próximo domingo atacaran Pabellón Altavista a las 6 pm.
—¿Y qué se yo que eso es cierto? Son dos chamacos, regrésense a estudiar, y no se vuelvan policías…
—Nosotros redujimos las víctimas en Perisur, y nos enteramos ese día. Necesitamos su ayuda.
—¿Y que quieren que haga? La policía no va a intervenir. Sangriento tiene un vínculo con el gobierno, y es intocable.
— Lo sabemos, pero no entrará si la policía YA está adentro.
— ¿Qué quiere decir?

El plan era sencillo. A las 5:30 pm Webmaster prendería un bote de basura o algo, y lo reportaría, causando la entrada al centro comercial de bomberos y policías. Aunque Sangriento ya estuviera dentro, no había forma de que realizara su ataque si había movilización en el Centro Comercial. Además de que la mayoría de la gente sería evacuada de inmediato, lo cual, si todo saliera mal, ayudaría a reducir el número de víctimas. Romero se encargaría de mantener a su equipo dentro el más tiempo posible. Y si yo veía a Sangriento, vería su reacción.

Lo único que varió fue que Webmaster prendió un bote dentro de una tienda, lo cual creo más pánico, y bastantes más pérdidas materiales; aunque he de destacar que fue una tienda de ropa lo suficientemente “nice” como para que me diera un poco de gusto. O bastante. Los bomberos apagan, los polacos buscan al culpable. Culpable que ya está a varios kilómetros: subió al metrobus y huyó rumbo a la Baticueva. De algo tenía que servir aquel inútil transporte público.

Romero estaba dentro. Insistía en seguir buscando, mientras yo observaba desde lejos. Cualquier señal, cualquier sospechoso, cualquier cosa que me dijera que estaban ahí. Pero nada. Solo ví al padrecito de la tele preguntando que sucede, y dando su bendición a los oficiales y bomberos (y una parte de mí hubiera querido que empezara el ataque con el padrecito ahí). El fuego estaba bajo control.

Pero la situación no. Me llamó la atención varios sujetos saliendo de una bodega. Me acerqué y abrí la puerta. Estaba llena de explosivos, dinamita y botes de gasolina. Todo listo para volar. Supuse que al ver que no podrían repartirlos por el centro comercial, los habían dejado todos ahí. ¿Cómo llenas una bodega de explosivos sin que nadie se de cuenta?

Y eso no era lo peor. No era la única bodega.




—Web...
—¿Qué pasó?
—¿Cómo evito que explote una carga de dinamita con 12 tambos de gasolina?
—¡Qué!
—Sangriento tenía un plan B. Va a volar todo. Hay dos bodegas con esto, ¿como lo detengo?
—Podrías congelarlo.
—Aja, ¿le echo hielos del refri que tengo aquí?
—No tienes que gritar.
—No, pero si no se te ocurre algo, voy a volar junto con el Centro Comercial.
—No es suficiente para volarlo, debe ser solo para asustar…
—¿Entonces?
—Debe tener un detonador, algo con lo que remotamente pueda hacer que explote.
Me fijé alrededor. Un reloj marca CRASIO en el piso, que supuse no pudieron usar. Seguí buscando. Un foco roto y un cable. El foco en contacto con la gasolina. Era el sistema de detonación más pinche y rudimentario que me hubiera imaginado. Pero supongo que ellos tampoco tuvieron tiempo para pensarlo.
—Ok ok ok … A ver. En teoría solo necesitas evitar que se detone. Aleja el detonador, y llévate la dinamita a algún otro lugar.

No habían pasado ni diez segundos cuando el foco prendió, y sonó un ligero “chk”. No pasó nada ahí. Pero la otra bodega si voló. Por suerte nuestra, la que explotó estaba del lado contrario al incendio. Y los chismosos chilangos estaban a salvo. Saqué mi teléfono.

—Romero…

La policía entró y descubrió los demás explosivos, y aseguraron el área. Los hombres de Sangriento corrieron por el estacionamiento a una camioneta. Sus caras demostraban que algo salió mal. Seguramente el bastardo de Sangriento se revolcaba. Yo no podía detener a ocho hombres con pistolas, pero me aseguré de que me vieran mientras salían.


En las noticias no salió nada, para variar eran más importantes los pechos de Niurka o la Academia. Pero me quedó claro que logramos algo ese día. Seguramente se pensaría dos veces su siguiente ataque.

O no.


La inseguridad cada vez era mayor. Por más que intentaba, por más que vigilaba, es muy poco el tiempo en que podía hacerlo. Entre Romero y yo habríamos detenido unos 8 crímenes menores diarios, contra los más de 50 que se reportaban en nuestra zona. Podíamos contra asaltos y corruptos, y un par de secuestros a lo mucho. La gente temía salir a las calles. Algunos decían que ya estaba perdido el centro, por lo menos desde viaducto. Había nuevos criminales, con armas cada vez más poderosas, como un tal Nitron, que congelaba a sus víctimas. Pero tanto Sangriento no nos permitía enfocarnos en otros criminales. Además de que la mayoría eran hombres de Sangriento. Digo, lo estábamos intentando.

¿La consecuencia? El presidente Hidalgo y el Jefe de Gobierno Gómez deciden hacer un evento cultural masivo para demostrar que la ciudad sigue viva y que no se ha perdido el centro histórico. Un gran concierto para gente pudiente y poderosa en el Palacio de Bellas Artes. Si yo fuera una mente maestra criminal, hubiera sido el perfecto blanco para un ataque. Y, por desgracia, Sangriento pensó lo mismo, si no es que él demandó que se hiciera el evento. El viernes 30 de marzo.

Hubiera sido interesante saber el verdadero plan de Sangriento. No teníamos ni idea de los detalles del ataque. Teníamos muy poco tiempo. Yo en exámenes, tratando de pasar mis materias en el día, trabajando en entregas, repitiendo física, tratándome de aprender las leyes de Newton que tanto me había hecho odiar el Doctor Flandés. Y no podía concentrarme. Estaba seguro que las cafiaspirinas ya no tenían el efecto de antes.
Webmaster estaba en las mismas, y lo único que podía hacer Romero era intentar ver como estaban puestas las cartas. Habría un grado bastante alto de seguridad y medios de comunicación en el evento, calles bloqueadas, el metro cerrado por completo; y aún así, sabíamos que Sangriento pretendía entrar de lleno. Solo nos quedaba intentar entrar en su guarida.

—¿Me escuchas, Cuatrojos?
—Perfectamente. —Logramos adaptar un comunicador a mi antifaz, que parecía funcionar bien.
—¿Estás listo?
Corrí por Isabel la Católica, escondiéndome en las sombras. Logré que funcionara el night-vision de mi cámara de video vieja y también la adaptamos al antifaz. Aunque a esas horas de la madrugada solo prostitutas y borrachos andaban por la calle, sobretodo en las taquerias que todavía tenían pastores.
Llegué a la guarida. Pero la puerta estaba abierta. No había nada. Ni siquiera muebles. Apestaba a muerto mezclado con dinamita y marihuana, pero no había nada. Se notaba que la acababan de vaciar. Me sentí expuesto. Entonces pensé lo peor.


Confiaba ciegamente en Webmaster, además de que dudaba que me hubiera tendido una trampa desde el principio. Aunque era probable; digo, era medio absurdo que una gran organización criminal fuera fácil de hackear. ¿Pero Romero? Solo él y Webmaster sabía que sabíamos de la guarida. Alguno de los dos había hablado. No debí confiar en nadie más. Entré en pánico.
—¿Qué pasa? ¿Qué hay?
—Web…

Salí de ahí de inmediato. Esperaba que alguien llegara en cualquier momento a matarme. No se si fue mi suerte que salí de ahí ileso.

—¡Cuatrojos! Contéstame, por favor.
Estaba en total paranoia. Mi corazón se empezó a acelerar. Empecé a sufrir de los efectos retardados de las cajas y cajas de cafiaspirinas que me había tomado ese día. Mi examen de física era en unas horas, y en la noche, el gran golpe de Bellas Artes. Y no tenía nada. No confiaba en nadie. Pero no podía permitir a Sangriento salirse con la suya.
—Web. Alguien sabía que iba a entrar.
—¿Qué?
—No había nadie ni nada. Parecía que se acababan de ir. Alguien les aviso.
—Pero eso es ridículo, si solo Romero, tu y yo sabíamos.
—Precisamente por eso. No se si fuiste tu. No se si fue Romero. ¡No se cual de los desconocidos en los que confié mi misión me traicionó!
—¡Ven a la Baticueva y tranquilízate!
—No. Esta vez no. Mañana voy a detener a Sangriento. Si eres quien dices ser, nos volveremos a ver.
—Pero…
—Adiós.



Estaba pasmado en el comedor de mi casa. Mis padres le subieron al volumen cuando salió el padrecito otra vez. Su voz me puso más de malas.
—Y hoy, el gran evento. La gran demostración de que no esta perdida la ciudad. ¿Qué podemos esperar? En mi humilde opinión, es el blanco perfecto para criminales como Cuatrojos para asaltar a los más ricos y poderosos. Digo, hasta el presidente se va a dignar a aparecer…
—Tiene razón. Caray, creo que el Padre es la única persona que no le tiene miedo al gobierno, y que se atreve a decir realmente lo que piensa.
—No será porque a todos los demás los sacaron del aire por hacerlo…
—No hijo, simplemente es porque tiene razón.

Ese padrecito. Ese padre que amenazó a Cuatrojos a aparecerse en Bellas Artes esa noche. Toda esa gente que creía que Cuatrojos era el gran criminal. Querían que cayera ese día. Y Cuatrojos, con todo el gusto del mundo, se iba a aparecer.

Y como era de esperarse, era un día en que solo esperaba tener mucha suerte. No necesité saber en ese momento el verdadero plan de Sangriento, pues aunque tenía bien contemplado que yo intentaría detenerlo, las piezas se acomodarían para que lograra mi misión.


—Sangriento, alguien está en la puerta. Dice ques el de nuevas armas desas de frío.
—Bien…Vayan preparando todo, que la mudanza llega en veinte.
—Si.
—Señor… Nitron, si no mal recuerdo.
—A sus ordenes.
—Estuve leyendo su proyecto, suena interesante.
—Lo es.
—Y se que nadie quiso patrocinarlo.
—Nadie quiere ensuciarse las manos. Por eso nos tachan de inferiores.
—Bueno, pues así de sencillo. Yo le proporcionaré todo el soporte económico que necesite, a cambio de un pequeño favor.
—Lo escucho.
—Mañana por la noche vamos a tener el golpe más grande en la historia de la ciudad. Si todo sale bien, mi organización no solo tendrá ganancias millonarias, sino que seremos dueños de la ciudad. Todos los hombres y mujeres de poder de este país sabrán que yo soy la ley y que deben temerme. Y nadie más intentara ponerse en mi camino.
—¿Y para que necesita de mis, digamos, habilidades?
—Muy sencillo. Alguien va a intentar detenerme. Cuatrojos.
—Es un simple vigilante que ni siquiera se da abasto. La mayoría de la gente lo tira de maleante.
—Si. Pero no en toda la gente. En algunos, está despertando algo. Esperanza. Esa palabra tan, tan pendeja. Eso que hace que la gente deje de rezar y trate de actuar. Es algo que en mi vida quiero volver a escuchar. Necesito detenerlo a toda costa, para demostrarle al público que ni de puto chiste lo vuelvan a intentar.
—Perfecto. Detener a Cuatrojos.
—Así de sencillo. Ahora, si me disculpa, tengo que mudarme a mi nueva guarida, que esta ya nos quedó un poco chica. Pero lo veo mañana. Y más le vale traer la cabeza de Cuatrojos.
—No se preocupe. Con mi prototipo podré detenerlo sin ningún problema.
—No olvide la cabeza…

—Rápido, ¿ya es todo?
—Si. Creo que ya no queda nada.
—Vamonos.






La gente aplaudía a los tenores.
¡Bang! ¡Bang!
— ¡Ahhh!
—¡Auxilio!
Algunas personas se levantaron e intentaron salir, pero fueron balaceadas por los enmascarados.
—Nadie se pinche mueva.
La gente se agachó. Sangriento subió al escenario.
—Ahora si. Quiero que me vean bien. ¡Quiero que se acuerden de mí! A partir de hoy, yo mando en esta puta ciudad. Van a darme todo su pinche dinero, todas sus tarjetas, joyas, celulares, todas sus chingaderas. Quiero que transmitan en vivo que YO mando. Y que nadie se atreva a hacerse el “valiente”, que tengo todo puesto para volar este lugar con este control…

Romero observaba desde su unidad. Afuera, no había habido ningún movimiento. Pero escuchó los balazos.
—Todas las unidades, están atacando Bellas Artes.
—Vamos, adentro.
Pero las puertas estaban atascadas.
—Algo las está deteniendo…
—Esperen…
Romero alcanzó a ver. Habían explosivos deteniéndolas.
—¡Deténganse!

Bum.




La gente huía despavorida. La policía lograba entrar cuando la gente salía en sentido contrario. Era un caos. Romero trató de buscar a Sangriento, pero no lo veía por ningún lado. Varios camarógrafos decidieron seguir a Romero.

Sangriento corría rumbo al techo de Bellas Artes, cuando me lo encontré.
—¿A donde crees que vas?
Compartimos golpes. Los dos estábamos furiosos, pero yo todavía no entendía por qué él huía. Pero no esperaba su siguiente movimiento…
—¡No entiendes que te estas metiendo con la chingada misma!
Sacó una pistola y la apunto a mi cabeza. Era el final. Había abusado de mi suerte… Bang.





Cierto. Nunca debí dudar de la suerte. Supongo que mientras peleábamos, había caído sobre la pistola y se había abollado el cañón. Cuando disparó, la bala se atascó, haciendo que explotara la pistola, con todo y su mano.
—¡Aaaaahhhh!
Se retorcía en el suelo. Lo tenía. Lo había logrado. Era momento de quitarle la máscara, solo para revelar que era la persona que me imaginé a medio día.
—¿Quién lo dijera? Eso explica por que es el único que puede decir lo que sea en la tele sin ser reprimido, padre.
—¿No sabes porque huyo verdad? Todo salió mal. Ahora, te toca decidir a ti. —
Yo no tenía la más mínima idea de lo que pasaba.
—Asi es. Una de dos, o me entregas, que seguramente nadie te va a creer de todos modos, o detienes a Nitrón…
—¿Nitrón?
—Si. Supuestamente él te iba a detener, pero nos traicionó. Se llevo el dinero. Y el detonador. Tiene el poder para volar cualquier parte de la ciudad.
—¿Qué?
—Je jeje je jaja ja.
—¿Y cómo puede hacer eso? —Se siguió riendo. Supuse que no hablaría más.

Vi su mano ensangrentada. No tenía tiempo para sus juegos. Puse mi rodilla sobre su mano herida, aplastándola contra el piso. Por más que lo odiaba, me sentí mierda haciéndolo. No se por qué lo hice, pero sirvió para que hablara.
—Ahhhh oh oh ok… ok… ¡por favor!
La solté un poco.
—Digamos que me robó la idea y los explosivos. Hay un pasadizo que da al metro. Ah, ah, un vagón está lleno de explosivos, y los puede llevar a donde le de la gana, y demostrar que es más poderoso que yo… según él. Ahora que puedes tener el gusto de detenerme, pero no sería correcto si vuela, no se, el Zócalo, o alguna zona residencial. Y se que lo va a hacer.

Estaba en mi, confiar en el criminal más poderoso y detener una posible farsa, a costa de dejarlo ir. Mi mente se llenó de dudas. Tal vez hacer lo correcto en ese momento era dejarlo libre, herido y desarmado, tal vez dejando ir la mejor oportunidad de detenerlo que había tenido. Pero no me quedaba de otra. No caería en mi si se detonaba esa bomba. Le devolví la máscara y volví a presionar su mano, para luego correr.
—La próxima caerás tu.
—¡Ahhh! ¡Vas a ver, hijo de tu rechingadisima madre que me voy a cagar en tu cadáver! ¡Te voy a ver arder, y voy a recuperar mi poder! ¡Soy Sangriento chingada madre! ¡Yo gobierno aquí!
—Padre Aguirre, queda bajo arresto…
—Que ca… mierda.
Detrás de Sangriento estaba Romero, con varios oficiales y bastantes camarógrafos. Más para mi suerte.


Nitrón subió la última bolsa de dinero al metro. Se subió a la cabina, cerró las puertas y se puso a avanzar. Pero alguien activó una de las alarmas. Con el tren andando, pasó por las puertas que conectaban los vagones.

—Señor Cuatrojos. No pensé que fuera tan estúpido como para seguirme…
Esa voz. Era la causa de todo. Gracias a sus insultos, a su arrogancia, a su crueldad, me había convertido en quien era.
Usaba un traje azul oscuro, como para esquiar, con guantes de neopreno y botas, y cargaba a su espalda un tanque de hidrógeno, asegurado en su pecho, como mochila. Del tanque salían dos mangueras que llegaban a dos cañones en cada uno de sus brazos. Cubría sus ojos con un visor de plástico.
—Doctor Flandés, veo que sus estudios con Nitrógeno fueron productivos.
—¿Lo conozco?
—Todavía no…
—¡Ni lo haré!
Estiró su brazo y disparó hacia mí. Logre agacharme a tiempo, y me lancé contra sus piernas, derribándolo. Corrí hacia el fondo del vagón, donde se encontraban los explosivos. Tenía que neutralizarlos de alguna forma.
Nitron se acercó.
—Aprenderás por las malas.
Se lanzó a atacarme. Sostuve sus manos de forma que no pudiera apuntar hacia mí. Pero era demasiado fuerte.
—Voy a congelar tu cabeza y a aplastarla. Sufrirás una muerte espantosa.
Y recordé a Webmaster diciéndome que congelara los explosivos en Altavista…
—Doctor, creo que nunca aprendió sobre las leyes de Newton…
—¿Qué?
—Inercia…
Me dejé caer al piso, junto con él…
—Fuerza…
Con mis piernas patee su pecho.
—Y acción-reacción…
Pero detuve con una mano una manguera. Nitron voló y se estrelló contra las sillas. La manguera se rompió. El tanque cayó junto a los explosivos y se empezó a liberar el nitrógeno, congelando poco a poco los explosivos.

Pero seguía saliendo nitrógeno y se dirigía hacia nosotros. Nitron estaba desorientado por el golpe. Por más que lo odiaba, no podía dejarlo ahí. Lo levanté y corrí a la puerta que conectaba con el otro vagón. Pero Nitrón me golpeó.
—¡Todavía puedo volarte!
—¡No!
Sacó el detonador. Abrí la puerta. Lo intenté jalar, pero el nitrógeno ya lo estaba congelando. Salí del vagón. Nitron cayó al suelo. La cerré justo a tiempo. Escuché como se quebró al caer. Sentí la puerta enfriarse, pero no pasaría de ahí. El ruido del metro opacó mis pensamientos…


—Web…
—¡Cuatrojos! ¡Qué pasa! Por favor no cuelgues, salió en la tele que Nitrón se llevo el detonador…
—Perdón por no haber confiado en ti. Ya está resuelto. Los congelé.
—Oh… este, mm. ¿qué?


—Entonces queremos dar las gracias al eficiente cuerpo policiaco, que liberó sin mayores daños a los rehenes de los terroristas en Bellas Artes. — Decía el jefe de gobierno en una entrevista. —Y en cuanto al Cuatrojos, estamos desarrollando operativos para detenerlo.
Las demás noticias solo decían que el Padre Aguirre había tomado un nuevo camino en su vida en el cual estaría ayudando a comunidades incomunicadas, y que TV Azteca empezaría un reality de superhéroes. Nadie lo aceptaría, pero Cuatrojos ya estaba cambiando la forma de pensar de la gente. Ya empezaba a regresar la esperanza…

Y en algún lugar de San Jerónimo, unos jóvenes en cafiaspirinas trabajaban en seguir con ello. Y en tecnología para ello.


No se si fue el tráfico o las luces de la madrugada, o el estrés o la contaminación, o el destino o las leyes de atracción, o los tacos de canasta, los pastores o los campechanos, o Dios o la Santa Muerte. O las leyes de Newton… No se que me dio ese poder. O si simplemente fue suerte… Suerte para empezar a cambiar la ciudad. Y, poco a poco, convertirla en algo peor…

martes, septiembre 02, 2008

Nueva imágen!

Pues sí.

Con motivo del superestreno del primer volúmen de CUATROJOS, el blog cambia de imágen a la misma del aventurero enmascarado.

También ya tenemos la fecha del estreno: 5 de Septiembre de 2008

Chido

lunes, agosto 18, 2008

El Imperio Gabacho

La prueba de que EEUU tiene armas de destrucción masiva, o simplemente Bush quiere reelección.



viernes, agosto 08, 2008

Cuatrojos Producshons Preview para lo que queda del 2008

¡Estamos de vuelta!

Aqui los teaser posters de algunas de las cosas que se estuvieron cocinando este verano:



CUATROJOS
La primera de la serie está lista para el release en Septiembre! Con artwork exclusivo.

BAMBI TNT
Nuestro especial de fin de año, un homenaje a los 90s. para Diciembre


y mucho más... Exclusivas de Watchmen, the Spirit, Harry Potter 6, así como curiosidades de Sudamérica.

Aqui una pisca para que prueben al Peru...


miércoles, julio 02, 2008

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The Amazing Prisman No. 11

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Mientras Prisman investiga los acontecimientos de la prisión estatal, un nuevo mal ha llegado. Una nueva clase de criminal ha llegado.

Let's put a smile on that face...

Ahora Prisman también es víctima del Guasón, ¡junto con todo el blog!

O-O¬
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lunes, junio 09, 2008