martes, mayo 15, 2007


Y dirán vuestras mercedes “¿qué fue lo que al Capitán Boquerones hizo perder la cabeza?”. Pues todo se resuelve tan sencillo: pueden más dos mamellas que dos centellas. Y más adelante veríamos como eso no fue más que una causa, un pretexto que llevaría a vuestros piratas a las aventuras más heroicas y fascinantes que cualquier español pudiese imaginar. Pero todavía no. La verdadera cara del mal aún no sería revelada. Solo importaba la causa, y no había más que batirse.

Era entrada la tarde en aquellas costas africanas. Una casona se levantaba a orillas del mediterráneo, hacia la que caminaba un hombre con facciones árabes, un jubón colorado que escondía el arcabuz, unas calzas desgastadas por las batallas libradas, y unos zapatos viejos. La cimitarra colgaba del cinto, y no soltaba la empuñadura, por si algún jaque fuese a buscar unas estocadas. Buscando disimular, trepó la barda y subió hasta un balcón, por donde entro sin ser detectado por los guardias.

Una dama de gran porte se peinaba frente a un espejo cuando vio la silueta del caballero entrar por el balcón. Sin sobresalto alguno, se levantó y tomó la daga valenciana que estaba próxima.
— Y bien Juan, ¿que te ha traído a visitarme?
— ¿Qué un buenhombre no puede entrar a visitar a su mujer?
— Pues sólo cuando ésta lo sigue siendo.
La duquesa de Ferrusquia miraba con aires de superioridad al pobre de Barba Larga, quien no tenía las mínimas ganas de este encuentro.
— Mujer, que podéis ser un poco más cortés, que fuisteis vos quien me abandonó.
— Pues cómo no iba a hacerlo, vosotros habíais partido en una empresa pirata sin anunciar retorno alguno. Decidme de una vez, ¿que hacéis aquí?
— Pues verás… Nuestro navío esta en ruinas. Hemos sido descojonados en Perejil por un hideputa que nos ha quitado hasta la vida de algunos colegas. Hemos de perseguirle hasta las Indias a recuperar lo que es nuestro, pero no tenemos como. Y sois la única persona que podría hacernos de alguna ayuda.
— ¿Y que clase de ayuda solicitáis?
— Pues en principio íbamos a secuestraros y pedir rescate al duque, pero he preferido primero intentar negociar.
La duquesa se había quedado pasmada tras esas palabras. Era tan ridículo que comenzaba a sonar divertido, y se le había ocurrido una idea.
— Verás, mi marido se encuentra de negocios en Salamanca de Bacalar, en las Indias, bajo órdenes del mismísimo Felipe V. Si vos me lleváis hasta ahí, prometo ayudaros.
A Barba Larga no le gustaba nada la idea. La Nueva España se encontraba a unos tres meses de navegación, sin contar que hubiese que capear un temporal, y la duquesa de Ferrusquia, o como él la conoció, Emilia de Villalpando, le haría la vida imposible todo el andar. Pero no quedaba otro remedio.
—Pues va a ser que si. Pero os advierto que viajareis con la peor escoria que podéis imaginar.
— Pues después de estar casada con vos peor no puede ser…

Salía el sol y Boquerones se hacía la sombra con la capa. Apestaba a ron, como era costumbre. Al escuchar mucho movimiento, se decidió a levantarse.
Al acercarse a su barco, vio varios esclavos remendando las heridas del galeón. Desenvainó su espada pero Barba-jan lo detuvo a tiempo.
—Capi, que Barba Larga lo ha conseguido.
— ¡Pardiez! ¿Que ha conseguido qué?
—Pues la ayuda para arreglar el navío. La duquesa acordó que lo repararía a cambio de llevarla con nosotros a las indias.
—Ah, pues que sencillo.

Las reparaciones avanzaron rápido, y en pocos días estaría lista la Castellana para surcar el Atlántico. Había debates sobre si debían conseguir a más tripulantes para la hazaña, pero no sabían donde buscar.
— Podremos pasar a Gibraltar, que muchos convictos vagan por sus tabernas.
— Que si que Gibraltar suena bien, además está de paso.
— Pero sois tontos. —Interrumpió la duquesa. —Que hay lío con Inglaterra, no será conveniente acercarnos a las tierras que estos controlan.
— Pero si ahí todos son piratas.
— Si, ¡pero de los herejes! —Gritaba Boquerones.
— ¡Arrgghhh! — Gritaron los demás. La duquesa solo negó para si misma que pudiera estar sucediendo todo ello.
—Podremos regresar a Cádiz. Ahí no solo hay buenos españoles, sino que somos bien recibidos. —Dijo José Mari. Los demás asintieron.
—Pues a Cádiz será.

A los dos días partió la Castellana, esperando nunca regresar al islote de Perejil. La niña de la torre los veía desde la playa agitando su mano izquierda. El viaje causaba gran ilusión a todos, excepto a Barba Larga, que simplemente prendía su pipa cuando la duquesa se acercaba. Sin embargo, la duquesa aun recordaba los viejos tiempos, de los que hablaba mucho con Delatroix y Barba-Jan. Pero mucha agua había pasado bajo los puentes del Manzanares desde aquel entonces. Y aunque tripulantes enemigos, todos parecían estarse llevando bien. Se les podía oír por las noches al Chas y al Trincheras cantar animosamente a la luz de la media luna turca, bebiendo buen vino y haciendo reír a sus colegas.

Pero no todo lo era tan bueno, y todo estaría por cambiar. Una vez cerca de Cádiz, vieron fumarolas levantándose por casco viejo de aquel puerto. Barba Larga apresuró a bajar a nado cuando vio que la casa de la Tía Chabe se encontraba en ruinas, seguido de cerca por Barba-Jan.
—Tío, tranquilo—le decía Barba-Jan al ver conmocionado a Barba Larga. Algunos se acercaban en la balsa a ver lo sucedido. Pero de entre los escombros, salió Tía Chabe. Barba Larga corrió a abrazarla con una gran felicidad.
—Sobrino, que he visto todo perdido y vos habéis venido a salvarme.
—Venga Tía Chabe, ¡que para eso estamos los sobrinos!
Todos se tranquilizaron. El incendio había sido por culpa de un borracho que ya se encontraba en el Estaribel. Todo esto mientras la Tía se había ido a la compra.

La Tía Chabe era como una madre para varios dellos. Y ella se entristeció cuando le contaron los sucesos de Perejil. Pero eso ya no importaba. Ahora debían buscar una nueva tripulación. Y para suerte de todos, Tía Chabe había viajado a las Indias en los tiempos de Luis I.
—Ahh si, ese pobre monarca, que reinara solo unos meses. Tan joven para tal destino. Pero el punto es que yo fui elegida para acompañar a su séquito, gentuza de armas, blasfema, saqueadora y lujuriosa. Ya habrá tiempo para contaros mis aventuras como dama de calidad, pero ahora es tiempo de partir.
Aunque la mayoría se emocionó, Nestor Tapioca no comprendía por que en vez de buscar barbajanes en las tabernas, llevarían a una señora de edad. Pero era irrelevante. La señora había envuelto su equipaje en un hatillo y estaba lista para partir, cuando una joven se acercó corriendo.
— ¿Qué a donde creéis que vas con esa gentuza?
—Ahh, pero si es mi prima, Teresa. —Dijo en voz baja Barba Larga —Es una pesada. Se había ido a estudiar a Alicante, pero por lo que veo ha vuelto. Y en qué momento.
—Pues que voy a guiarlos a las Indias, que los pobres necesitan quien les prepare torrijas.
—Pues que si vais vos, he de ir yo también. No me dejareis sola en este pueblo de rufianes.
Los piratas se miraron unos a otros. Estaban acostumbrados a viajar entre machos, cantando y bebiendo sin parar. Pero ahora tenían a tres mujeres para el viaje. Y ésta no se veía que sería de compañía placentera.
—Capitán—Pidió Nestor la palabra— Que no es posible que llevemos a tanta mujer. No se las costumbres de vuestro barco, pero en el Dragón Negro las mujeres eran para otras cosas, no para navegar.
— ¿Y que creéis que por deciros piratas podéis hablar así sobre nosotras? —La duquesa parecía haberse hecho de un nuevo enemigo.
—Callaos, ¡que tu solo habéis venido de toca huevos! —Barba Larga no pudo más con la ira que llevaba dentro.
—Pues que si han de venir todas estas, dejadme mandar una carta a por Carolina, que su compañía sería placentera en el viaje, — Barba-Jan opinaba, oportunamente.
—Madre que son unos desarrapados…
—Que te estáis metiendo en un lío…
— ¡Cabronazo! ¡Cabronazo!
— ¡Largaos!
— ¡Yaaaaaaaaaa! —Exclamó Boquerones. Todos se callaron de súbito. —Que no puede ser posible. Es que sólo esto pasa en este país nuestro de caínes, zancadillas y envidias, donde la palabra ofende y mata tanto o más que la espada. Pero a este país al que tanto queremos. Que el Rey nuestro señor Don Felipe V nos escuchara. ¿Acaso habéis olvidado, que lo único que importa es la causa? Hemos de perseguir a un fantasma que nos ha robado mucho. Que será una travesía larga y pesada, pero que hemos de hacerla. Y que se joda y se quede al que no le parezca. ¡Tapioca, Bota-floja y Merluzas!
— Si señor don capitán.
— Que han de ir a conseguir a 10 tripulantes más. Buscad hombres de talante que dieran la vida por su patria, corajudos jaques que porten cicatrices de haber dado estocadas entre los coseletes de los herejes sin misericordia.
— Si señor don capitán.

Todos quedaron en silencio mientras los pajes se dirigían a por los tripulantes. Tía Chabe, cómo si nada de lo anterior hubiese pasado, comenzó a buscar en los escombros.
— ¡Casi lo olvido! Pero cómo pensaba viajar sin el mapa.
De un cajón sacó un libro, de donde sacó un mapa. Tenía marcados los puertos más importantes, desde la Florida hasta Cartagena de Indias. Oh gran sorpresa que se habrían de llevar si hubiesen sabido que sus hazañas los llevarían a combatir ingleses hasta Cartagena, pero para eso aún faltaba. Apenas comenzaba la Guerra de la oreja de Jenkins.

La nueva tripulación izaba velas tras haber pasado listas con los oficiales. Habían de navegar hacia donde se ponía el sol. Los diez ya habían jurado al código, y se veían listos. Había uno que llamaba especial atención, nórdico que llegó a León por exilio, sobretodo por la tamaña hacha que cargaba a su espalda.

Tía Chabe rezaba algunas devociones, Tapioca se ajustaba el arcabuz al cinto. Chas trepaba por las estachas a lo alto del mástil, de donde veía la tormenta que estaba por caerles. Boquerones tomaba firmemente el timonel, pensativo. Acercose Delatroix a platicar un rato.
— Boquerones, ¿estáis seguro de que vuestro plan funcionará? Si ni siquiera sabéis si realmente está el fantasma en las Indias.
—Pues como decía el buen Fernando de Quevedo, “No es sabio el que sabe donde está el tesoro, sino el que trabaja y lo saca.”
—Pues si… Pero con todo el lío, y con tantas mujeres. Quevedo también decía “Mujer que dura un mes se vuelve plaga.”
Y Boquerones asintió. Sabía muy bien que sería una empresa pesada, y que tal vez no todos verían nuevamente la Plaza Mayor. Pero no había de otra. Lo único que importaba era la causa.
El cielo tronaba delante, y se formaba la vorágine más grande que se hubiesen imaginado. Y era solo el principio. Se alistaron para navegar como el señor manda. Se escuchó un grito del capitán.
— ¡Jjjjjjammmones y la vvvvirghhhhen!
— ¡Aaarrrrgghhhhh!
— ¡Que viva la Castellana!

Y partió la Castellana hacía las Indias.



Espera Piratas de Castilla: El fantasma de Campeche, para el mes de Junio.

1 comentario:

Wu* dijo...

el fantasma de Campeche suena la pura onda ja!